Por Virginia Vega
Anguita, aunque a muchos de nosotros nos parezca mentira, ha cambiado mucho a lo largo del tiempo. Eso dice mi abuela Tina. Nació en el año 1913.Cuando ella era pequeña las calles eran caminos de tierra. No había electricidad, por tanto no existía ni radio, ni televisión, ni electrodomésticos. Tampoco había agua corriente.
La vida en Anguita comenzaba al amanecer y era el sacristán el encargado de tocar las campanas de la iglesia para anunciar el alba. También las tocaba al medio día para anunciar la hora de comer y a la caída de la tarde para recordar la oración.
Lo primero que mis bisabuelos hacían era encender el fuego de la cocina para preparar los almuerzos y mientras, se acarreaba el agua desde la fuente del plantío para el gasto del día. Allí se llenaban de agua los botijos, los cántaros y las tinajas.
Después, había que ir a soltar las cabras. Cuando el cabrero tocaba el cuerno, la gente sacaba las cabras, las llevaba al salidero y el pastor las llevaba a pastar al monte.
Algunos hombres trabajaban desde el amanecer hasta la caída del sol en el campo. En tiempos de siega, las familias recogían la cosecha. Antes de salir para la faena, desayunaban anís y bollos. El almuerzo, la comida y la merienda, lo llevaban las mujeres al campo con la ayuda de las mulas.
Otro trabajo consistía en “derroñar” los pinos para extraer la resina. Por ese motivo algunas familias se trasladaban a vivir durante el verano al pinar, cerca del Tajo.
Pero no todos trabajaban fuera del pueblo. Algunas familias tenían su propio negocio como por ejemplo “el Tío Vítor” que era el herrero, y trabajaba en la herrería que estaba en la calle del Corralón. Allí se herraban a las mulas, se hacían los aperos y herramientas que los hombres utilizaban en el campo y se fabricaban las cajas fúnebres.
También había una tintorería en lo que hoy se conoce como “los tintes”; en este lugar se teñía la lana la cual previamente era hilada y después se utilizaba para hacer los calcetines, jerséis, gorros, bufandas, guantes, etc…
El Tío Lentejillas” era el tejedor y hacía las mantas, las alforjas y las alfombras.
En Anguita existía una carnicería pero solo abría durante el verano. El carnicero no siempre era el mismo. La gente cuando iba a por carne, y no tenían suficiente dinero, llevaban una “tarja“, que era un utensilio de madera donde el carnicero hacía unas señales según la cantidad de carne que se llevarán y así sabía lo que cada cliente le debía.
También había una botica donde se elaboraban los medicamentos y estaba situada en la Plaza Mayor.
El Hospital era el lugar donde iban los ambulantes y los pobres. En ese lugar se realizaban las autopsias.
El casino, en aquella época, estuvo situado donde actualmente vive “El Perdi” y su familia. Era el lugar de encuentro de los hombres. Allí se reunían a jugar a las cartas y hacer las tertulias.
Las mujeres, se encargaban de las tareas domésticas: barrían las calles con escobas para limpiar los excrementos de los animales, lavaban la ropa (para ello tenían que bajarla en unos baldes hasta el lavadero y mientras hacían la colada ¡a mano! se contaban los sucesos así como sus historias familiares), planchaban la ropa, hacían el pan, las tortas y los bollos que luego los llevaban a hornear a uno de los dos hornos que por aquellos tiempos existían (uno en la plaza de los toros y el otro junto al río), fregaban los cacharros. Para esto último tenían que irse al regatillo, al río o a la única fuente que existía en el pueblo en aquellos tiempos, que se encontraba donde hoy está el chiringuito.
También tenían que dar de comer a los cerdos, los conejos y las gallinas y de paso recogían los huevos. Por las tardes cuando llegaba el cabrero con las cabras, tenían que guardarlas en los corrales y ordeñarlas.
Al anochecer antes de que el sacristán tocará las campanas que anunciaban la oración, la Señora Aniceta iba por todas las casas tocando una campanilla para rezar por las ánimas.
Por la noche, a la luz del candil, las familias se reunían a charlar o como dice mi abuela a hacer la trasnochada. Durante ese momento las mujeres aprovechaban para coser, hilar o incluso para preparar las migas del día siguiente.
En nuestro pueblo, los niños y niñas iban a la escuela. Había una escuela de chicas que estaba frente a la Iglesia de San Pedro, otra de chicos que estaba donde esta actualmente el centro social y también había una parvulario situado en el ayuntamiento.
La maestra de mi abuela era Doña Consuelo. Allí aprendían a leer, escribir, a sumar, restar y multiplicar. Durante los recreos, mi abuela jugaba con sus amigas a los alfileres, la taba, el escondite, al pilla-pilla y a la comba entre otros. Por las tardes también tenían que ir a la escuela (menos los jueves) y aprendían a coser. Antes de irse a casa terminaban rezando el Rosario.
Pero en Anguita no solo se trabajaba sino que también a lo largo del año se celebraban fiestas. El jueves Lardero se celebraba el jueves anterior a los carnavales, Los niños y niñas del pueblo iban a merendar con la maestra a los barrancos. El plato típico de este dìa eran los buñuelos.
En carnavales, se juntaban los hombres del pueblo, algunos iban disfrazados con caretas dobles, llevaban en la cintura un botillo y cuando pasaba alguien lo mojaba. O bien iban echando ceniza o harina con un fuelle.
El martes de carnaval por la tarde, la gente del pueblo se disfrazaba para ir al baile que se celebraba en el salón del tío Juan Pablo (el padre del Vitoria “ El Tenazas“).
Por la noche se representaba el entierro de un mozo del pueblo al cual se le rociaba la cara con harina. Todo el pueblo participaba, uno se disfrazaba de monaguillo, otro de cura y otro de sacristán. Las mujeres iban vestidas de luto con mantillas o con velos negros llorando al difunto. Cuando el “cortejo fúnebre” llegaba a la plaza, descansaba y se rezaba un responso. Después se llevaba al ”difunto” hasta la ermita. Cuando la gente se marchaba, volvían los mozos a la ermita para sacar al “difunto“.
En Semana Santa, los mozos y mozas se reunían en los pajares a beber limonada.
El día 3 de Mayo, se celebraba la fiesta de los mayos. El mayo le hacía un regalo a la maya y ésta le regalaba una rosca la cual era decorada a base de caramelo, merengue o anisetes.
Durante el mes de junio se celebraba el Corpus Christi y el día del Sagrado Corazón. Se fabricaban unos arcos de madera y después se forraba con tejo, hiedra y flores pues por debajo de ellos pasaba la procesión. Los arcos se ponían en diferentes lugares: En la calle de las Eras, entre la casa de mis bisabuelos Isabel y Lorenzo y la casa de Sinforosa y Martín, entre la puerta del horno y la carnicería y en la calle Mayor.
El día de la Asunción, el 15 de Agosto, los tesoreros de las hermandades, el cura y el alcalde, iban por casas y la gente les daba lo que podían: lana, trigo o incluso dinero.
Pero las fiestas más importantes del pueblo eran las que se celebraban el primer fin de semana de octubre en honor a la Virgen de la Lastra. Nueve días antes se celebraban las Novenas y las luminarias. Al terminar las luminarias (sábado por la noche), venía la banda de música de Milmarcos y durante tres días había baile. El domingo, después de misa y de la procesión, se celebraban las almonedas y el dinero que se recogía iba destinado a la iglesia.
El 1 de noviembre se celebraba el día de todos los Santos, en este día las familias se juntaban por la tarde a rezar el Rosario y comían las gachas de remolacha y chocolate.
Así se vivía en nuestro pueblo cuando mi abuela Tina era una moza. Seguro que hay otras muchas cosas, costumbres y “chascarrillos” que nuestros mayores nos pueden recordar. Os animo a que les preguntéis y recordéis con ellos aquellos “felices años”.
Artículo extraído de la revista El Cantón. Verano 2008
Nota aclaratoria: La elaboración de los artículos "Relatos de mi abuela. Parte I y II, no hubiera sido posible sin la colaboración de muchos de nuestros mayores, los cuales perduran con nosotros desde principios del siglo pasado. Desde aquí quiero agradecer su esfuerzo por recordar sus años de infancia, que tanto han cambiado con los tiempos actuales.
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