martes, 9 de junio de 2009




La Santa de Cifuentes

El día 12 de junio se va a presentar en Cifuentes un libro que ha sido editado y promovido por Diputación Provincial de Guadalajara, y que viene a sacar de la oscuridad y silencio de los siglos a un personaje que tuvo, en tiempos, gran fama por Castilla, habiéndola fraguado en Cifuentes, en el convento de las monjas franciscanas. Se trata de la biografía en tono pío de sor Francisca Inés de la Concepción, religiosa de San Francisco, y famosa en el siglo XVI por sus “profecías, visiones, arrobos y milagros”. No fueron pequeñas sus luchas contra el Demonio, que la valieron el apodo de “La Santa” con el que fue conocida hasta en la Corte.

Una monja de armas tomar

Sor Francisca Inés de de la Concepción entró en la religión a través de la Orden Tercera de recoletas de San Francisco. Había nacido en Barcience, provincia de Toledo, en 1551. Era hija de Fernando de Molina y María de Olmedo, ambos criados al servicio del conde de Cifuentes, señor también de la villa toledana de Barcience, donde tenía otro castillo de mucha consideración, en el que (cualquiera lo puede ver, si se toma la molestia de escalar el cerro en el que se alza cerca de la población de Torrijos) mandaron tallar los Silva un escudo de su linaje tan grande que ocupa todo un muro de la torre del homenaje.
La niña era guapa, simpática y atrevida. Como expresión alternativa a la biografía que aparece en el libro que comento y hoy se presenta, podemos decir que le sobraban pretendientes, ya en la adolescencia. Uno de ellos, el honrado hidalgo toledano Juan de Ribadeneyra, que se enamoró de ella, y probablemente ella de él, pero… la duquesa de Cifuentes, que la cuidaba, por haber marchado su padre a Italia acompañando al duque en su embajada filipina, se empeñó en meterla monja. Dice su biógrafo que “nadie la veía que no la quedase honestamente aficionado”. O sea, que era bastante mona, al parecer.
Como además era de fuerte carácter, caprichosa, apasionada, de alta voz, pues no querían admitirla tampoco las monjas. Se entró de pupila en el Colegio de Doncellas que había creado uno de los condes de Cifuentes junto al convento de Belén, que en 1525 fundara don Fernando de Silva, junto a la ermita de Nuestra Señora de la Fuente, en la villa alcarreña. La duquesa consorte insistió a las monjas que la pusieran el hábito, pero ellas se negaban: decían que la niña Francisca estaba enferma del corazón y endemoniada.
Formas distintas de ver la realidad, puesto que en Toledo, poco antes, la habían dado por milagrosa: ocurrió que con 17 años, y según nos cuenta fray Lope Páez, su entusiasta biógrafo, llegó a morirse y resucitar enseguida. Trámite este, como todos saben, que es el mejor pedigrí para opositar a la santidad final. Parece ser que la niña tuvo una temporada de fuertes dolores articulares, y que según decía en medio de súbitos paroxismos, notaba como que se le desencajaban los huesos de las articulaciones, aflojándosela los dientes, y saliéndose los ojos fuera de las órbitas (desarreglos propios del tiroides inmaduro, pobre criatura). “Tanto le apretaban estos dolores –dice su biógrafo- que la dieron por muerta, y la dejaron igualada, y cubierto el rostro, tratando de su sepultura y entierro”. Pero en estas, y al cabo de un rato, la niña se levantó, diciendo que quería hacerse monja en el convento de Nª Srª de la Peña de Francia, en Toledo. El revuelo que se armó no es para contarlo: todos lo tuvieron por milagro, y acudieron a verla miles de personas, todas diciendo “milagro, milagro…” iniciando así la forja de su fama. No es raro, pues, que la Inquisición tomara cartas en el asunto. Estando la niña, ya monja profesa, en su convento de Belén de Cifuentes, la visitó el inquisidor Arganda, hombre de rigor y fama tétrica en el obispado de Cuenca, no hallando en ella señales de desviación de la ortodoxia. No dice de qué halló señales, pero se fue sin tocarla porque contra la Fe y el orden teológico nada dijo. Sor Francisca Inés siguió, sin embargo, montando unas que fraguó su fama de “santa” y así quedó para siempre.

A tortas con el diablo

Entre las valientes escenas que protagonizó destacan sus peleas contra el Demonio. Aquí pienso yo que cuajó la idea generalizada de ser santa, durante los años que vivió. Porque ¿quien sin serlo es capaz de tener con Satanás palabras mayores, y quedarse tan fresco? Una vez el Diablo (que a lo que se ve también pasó por Cifuentes) le dio un bofetón tan grande que le dejó marcados los dedos en la cara durante días (¿Quién sería ese diablo?) y en otra ocasión la monja venció al demonio y le hizo “moler perejil, mover cantos y estiércol”. Era tal la confianza que tenía con el “ángel caído” que sor Francisca le llamaba con motes cariñosos: le llamaba “el Patillas”, el “Tiñoso” y “Simón Mago”. Algo debieron tener que ver con estas visiones diabólicas sus antiguos novietes. Y si no, remito al lector a que se lea el texto que, como apéndice” coloco a este trabajo, y que saco íntegro del libro biográfico que escribió fray Lope Páez en el siglo XVII y que constituye la esencia de la publicación con que nos obsequia la Diputación Provincial a partir de hoy.

Monja famosa por Castilla

Llegó sor Francisca, admirada por todos, a ser abadesa del Convento de Belén en Cifuentes. Allá entró monja a los 19 años, en 1570, y en 1591 fue nombrada su abadesa. Creció su fama, y fue elegida por el quinto conde de Oropesa para llevarla de abadesa fundadora al convento de Nuestra Señora de las Misericordias que este aristócrata había fundado en Oropesa. Ocurrió esto en 1618, y a la sazón el duque de Pastrana, y señor de Cifuentes, se opuso, como también se opuso la comunidad monjil cifontina, y hasta todo el pueblo de Cifuentes, que se amotinó para que no se la llevaran. Pero al final sus superiores la instaron a hacer el viaje (que el libro refiere con todo detalle, al modo de un tránsito por tierras de junto al Tajo muy divertido) y a Oropesa se fue, donde tuvo que asistir como consejera al mismísimo Felipe III que como se sabe era muy aficionado a monjas y a religiosas confidentes. Allí enfermó pronto, y murió dos años después, en 1620.
De todos modos, son tantas las anécdotas que en este libro se suceden, tantos los milagros, los portentosos sucedidos, los asombros de gentes y pueblos, que no deja el lector de mantener su rostro encendido y alegre, como si fuera un chiste continuo el que estuviera leyendo. En todo caso, y ahora en serio, es un retablo de la vida en España durante los siglos XVI y XVII, esos en los que a pesar de tanto dislate, se controlaba el mundo desde el alcázar de Madrid.

Los autores

Tres son los autores que considero tiene este libro, nominado “Espejo de Virtudes: La Santa de Cifuentes”. Con 454 páginas, en gran tamaño y pulcro tratamiento del facsímil del original, el primero es fray Lope Páez, un franciscano que vivió en el siglo XVII y que escribió y ordenó todo lo que sobre sor Francisca Inés de la Concepción le contaron sus sucesoras en el convento cifontino. Otro es José J. Labrador Herraiz, alcarreño originario de Cifuentes, que ha sido durante muchos años profesor e investigador de la Cleveland State University. El tercero es Taplh A. DiFranco, de la Universidad de Denver. La colaboración de los dos primeros ha dado inmensos frutos en la investigación y análisis de la poesía española menos conocida del Siglo de Oro, rescatando docenas de antiguos cancioneros, Tesoros y recopilaciones de autores castellanos que sin ser demasiado conocidos hicieron grande esa Edad dorada de las letras. La Diputación Provincial, finalmente, ha patrocinado con los fondos de sus presupuestos culturales la edición de esta obra magnífica, que va prologada con claridad y desenfado por la actual presidenta de la institución provincial, María Antonia Pérez León.