lunes, 25 de agosto de 2008

Restos de un pasado pagano: los mayos, una fiesta de Anguita

La sabina es quizás la especie vegetal más severa, concienzuda, austera que medre por nuestro paisaje. Emana seguridad, en tanto que atisbo de permanencia en un inmisericordemente mutable Mundo. Subyacente al duro tronco existe un sentimiento que nos remite a tiempos remotos, a tiempos donde las explicaciones científicas aún eran sumamente primordiales y el hombre necesitaba buscar la razón de su existencia en otras ideas y creencias, en definitiva, en otros lugares.

Ante la percepción del cambio el árbol permanece como algo familiar. Manifestación de lo divino, el árbol se renueva; cada año parece morir en otoño para renacer en primavera. Quizás para ello sea más expresivo el caduco roble, sin embargo, la perenne sabina me emite mayor serenidad, fortaleza, un seductor sentimiento de anarquía que lucha contra la marea de los tiempos siendo tanto naufraga como a la vez maestra. El viejo árbol recuerda los orígenes del hombre anguiteño, de sus creencias de antaño, tan importantes para entrever los contornos de lo venidero.

La fiesta de los mayos es un patrimonio que no nos pertenece en exclusiva, su origen es tan arcaico, como pagano, habiendo sido objeto de crítica por la Iglesia en no pocas ocasiones. Su significado se fundamenta en el carnal contacto con lo Divino, la manifestación de la renovación vegetal dentro de un organismo eterno. Tan arraigada tradición tiene manifestaciones en múltiples países europeos, ya sea en Suecia con los Palos de Mayo, pasando por el Reino Unido o el Walber bávaro. Des de luego, no existe fecha más señalada para incorporar una fiesta global como es la del Día del Trabajo. Se trata de un día de felicidad en el que los chavales, en muchas tradiciones, se sumergen en las profundidades del bosque en busca de su “palo de mayo”. El del año anterior pasará a quemarse, simbolizando sus cenizas la fertilización, de nuevo, del suelo. Sus reminiscencias encontrarán traducción en otras fiestas como el San Juan, pero el significado es el mismo, el ser un ritual de fertilización. No deja de parecer curioso cómo una tradición tan antigua encuentra traducción en manifestaciones actuales. La verdad es que el monoteísmo jamás ha conseguido incorporarse íntegramente a nuestra psique colectiva.

Un viaje, aunque sea virtual, por cualquier templo islámico nos producirá la sensación de sobriedad que impregna, a veces, lo austero. Templos como la Mezquita Azul o la de Córdoba nos enseñan cómo a los devotos de Alá no les está permitida mayor representación que la de lo geométrico, queriendo ver en las matemáticas la máxima encarnación de lo divino. Los santos están prohibidos, como lo están también las vírgenes, beatos y demás individuos sagrados auxiliares del Dios unificado. Esa es la mayor crítica que esgrime el Islam frente al Cristianismo, el decir que sólo ellos han llegado a la perfección del monoteísmo. Una reflexión sobre la religiosidad de nuestros pueblos nos hace ver los atisbos de realidad que presenta tal argumento.

Nuestro culto a la Virgen de la Lastra, a la Macarena, a la del Rocío o a la de Montserrat no dejan de ser manifestaciones de un pasado politeísta. El devoto atribuye propiedades milagrosas a tallas que fácticamente no dejan de ser ídolos.Ello viene complementado por la multiplicidad de santos y beatos de los que dispone la religión cristiana. Los orígenes politeístas se manifiestan en celebraciones como los mayos y cultos como el de la Virgen de la Lastra. Con todo, no deja de ser significativo como la virgen patrona de Anguita encuentra su adjetivación en una Lastra, una gigantesca lancha de piedra en la que apoya el núcleo del pueblo. Lo inexplicable de lo natural de nuevo acontece Divinidad. La piedra, el árbol… todo nos lleva al rastro de una antigua Religión que procesaban los antiguos habitantes de este término.

Hay quien opina que la situación de la Iglesia de San Pedro, próxima al río Tajuña, no deja de ser una reminiscencia de un antiguo culto acuático. Quizás nos hallemos ante los restos de un tributo al renovador elemento, dador de vida, y para las cosechas, inexcusable sustento. Es posible. Aunque nos parezca mentira, las pistas del Pasado quedan ancladas en representaciones presentes, cómo queriendo ser denunciantes de ritos olvidados, cómo queriendo recordar tiempos en que el hombre no dejaba a la Naturaleza de lado.
Artículo para la revista: "El Cantón"

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