miércoles, 1 de septiembre de 2010

Murciélagos de la Celtiberia

Estaban los pájaros en guerra con los cuadrúpedos y, si una vez vencían, otra eran vencidos. El murciélago, temiendo el incierto resultado, se unía al ejército que en principio creía superior. Una vez restablecida la paz, se descubrió el engaño a uno y otro linaje. Culpable de tan vergonzosa acusación, huyó de la luz y se refugió en las tinieblas de la noche. Porque cualquier que desea congraciarse con dos bandos contrarios, acaba por resultar ingrato a los dos”.

Fedro

En estos tiempos en que los vampiros abundan por las pantallas y en los libros, protagonizando un espectáculo de dudoso gusto intelectual y preocupante catarsis colectiva, no he podido dejar de pensar en estos pequeños animalillos, los murciélagos, y en la estrecha relación que tienen, y han tenido, con el ser humano. Como para tantas otras especies, España es un garante para la biodiversidad, también en lo que a quirópteros se refiere. Conocidos como “mordeguises”, en castellano “celtíbero”, son tan varias como curiosas las anécdotas que muchos tienen con ellos: desde encuentros, e incluso sustos, causales a jugarretas de lo más grotescas, como pueda ser el haberles hecho fumar. El murciélago es, quizá junto al buitre y resto de aves rapaces, la mayor joya zoológica que tiene toda la zona de Celtiberia.

Lugares como las cuevas de Los Casares, de La Hoz, de Olmedillas o las múltiples sitas en Anguita (todas ellas sitas en el norte de la provincia de Guadalajara), nos recuerdan que la Celtiberia es región geológicamente curiosa, lugar donde abundan las formaciones kársticas, y en particular, las cuevas. La abundancia de éstas, junto a las múltiples parideras, casillas y demás contrucciones pétreas, hoy abandonadas, ha hecho que estos animales tengan múltiples lugares en los que asentarse y poder criar (ayudando a todo ello la falta de contaminación, no sólo lumínica y sonora, sino también en lo que al uso de insecticidas se refiere).

Al igual que en el resto de Europa, los murciélagos españoles forman parte de los conocidos como micromurciélagos (Microchiroptera). No tanto por el tamaño, como por sus costumbres y dieta, éstos no deben confundirse con los murciélagos frugívoros, los zorros voladores (megaquirópteros), animales que frecuentan los trópicos, y que son especialmente valorados por su sabor en muchos pueblos. Sin embargo, fuera de cuestiones taxonómicas, lo más curioso de estos seres es su evolución... y no nos vamos a referir al Conde Drácula ni mucho menos...

Un "misterio científico" de la mayor trascendencia hace referencia a la evolución de estos animales y su relación con los primates. Obviamente serán muchos los que se escandalicen con esta idea, y opinen que: ¡el Creacionismo está en lo cierto, no pudiendo tolerarse que existan gentes que defiendan tal "parentesco"!. Antes de continuar, observemos estas dos ilustraciones:











La primera ilustración corresponde a una de las especies más características de megaquiróptero, el zorro volador, mientras que la segunda ilustración (a la derecha) representa a una de las múltiples especies de lemures que habitan la isla de Madagascar. El parecido es obvio.

John Pettigrew, de la Universidad de Queensland (Australia) sugirió en 1986 que ambos grupos de murciélagos pertenecen a grupos totalmente diferenciados. Así, los megamurciélagos vendrían a estar íntimamente relacionados con los primates y el colugo (extraño animal planeador, con aspecto de "lemur", que habita en Indonesia). Esta tesis se basa en los cerebros de estos murciélagos, mucho más complejos y desarrollados que en el caso de los micromurciélagos (o "murciélagos" a secas). Esta teoría ha sido muy criticada. Investigaciones posteriores, destacar las llevadas a cabo por Simmons y Geisler (Museo de Historia Natural de Nueva York), defienden que todos los murciélagos participan de un mismo grupo taxonómico, no teniendo relación, al menos cercana, con los primates.

Si contemplamos el problema teniendo en cuenta el fenómeno de la "evolución convergente", nos daremos cuenta de que existen animales que pueden llegar a ser muy parecidos sin estar necesariamente emparentados, simplemente por efecto de la adaptación del medio y la selección natural (véase el caso del delfín y el ictiosaurio, por ejemplo). Por esta razón, es bien posible que megamurciélagos y micromurciélagos se parezcan por "convergencia", lo mismo que lemures y zorros voladores, desde el otro punto de vista.

Los partidarios de la segunda tesis afirman que el mayor desarrollo del cerebro de los zorros voladores se basa en los grandes ojos que poseen, razón por la cual requieren de un nervio óptico, y cerebro, de mayores proporciones (algo similar a lo que sucedió con Troodon, el dinosaurio con mayor masa encefálica). Sin embargo, ninguna postura parece clara. Los prejuicios son muchos, y entre quienes defienden la primera posición figuran científicos de la talla de Colin Tudge.

Símbolo de la noche, del demonio y, para los germanos, de la envidia (“pues así como el murciélago no vuela más que al caer la noche, la envidia trabaja en la sombra y no se muestra a plena luz”), los murciélagos son animales de lo más curiosos y enigmáticos. Ya sea en el Cristianismo, o en el Judaísmo (los judíos tienen prohibido alimentarse de ellos), estos seres participan de la familia de los “animales malditos” (junto a serpientes y otras alimañas), pero su importancia biológica es vital, especialmente para controlar las plagas de mosquito. Guadalajara tiene un tesoro con pelo y alas, que lejos de ser ambiguo o maldito, espera ser comprendido y protegido.

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