martes, 22 de enero de 2013

La agonía de los medianos

Comparto un interesante artículo-reflexión de Juan Isidoro Ciruelos Huarte, de Alcolea del Pinar, con su permiso y mi más sincero agradecimiento ;).

Hace unos meses nos anunciaban que, debido a su bajo número de alumnos, las escuelas de pueblos antaño emblemáticos como Alcoroches, Alustante, Anguita, Galve de Sorbe, Orea, Pareja, Peralejos de las Truchas, Poveda de la Sierra, Salmerón, Tordesilos o Villel de Mesa cerrarían este curso. Aquéllo era una mala noticia dada en los días previos al verano radiante de la Alcarria, las Serranías y el Señorío. Pero ahora estamos cerca de los Santos, la festividad que marca el comienzo del letargo –o de la agonía- de tres cuartas partes de nuestra tierra, y la primicia es ya un hecho. Quizás el fulgor de las luces del Corredor del Henares deslumbre a muchos ciudadanos y políticos, pero la oscuridad está mucho más cerca de lo que creen. En realidad, basta con que pasen de Torija para que sus ojos la atisben.

En socorro de quienes todavía se negaban a ver la evidencia, ha llegado, otoñal, puntual, otra nueva tenebrosa: pueblos como Almonacid de Zorita, Budia, El Pobo de Dueñas, Hiendelaencina o Tamajón perderán el servicio de urgencias nocturnas en sus centros de salud. Es decir, que en unos pocos meses, de punta a punta de la provincia, se han ido apagando los dos focos de luz más poderosos que aún resistían en medio de la nada: las escuelas y los consultorios médicos. 

Todo ello en aras de la eficiencia económica y en provecho –pensarán sus habitantes- de pueblos más grandes como Atienza, Cogolludo, Molina de Aragón, Pastrana o Sacedón. Lo primero probablemente sea irrefutable: empujar a las tinieblas a Salmerón o a El Pobo es hoy rentable presupuestariamente; aunque a largo plazo es posible que no lo sea económicamente. Pero lo segundo es mucho más discutible, pues la dicha de Atienza o Cogolludo puede que no suponga más que la antesala del llanto. Unas cuentas en donde se tacha a Hiendelaencina podrían ser las hermanas mayores de otras en que se borre a Cogolludo. O a Atienza. O a Pastrana.

Según la mitología, el dios Saturno debía devorar a todos sus hijos para evitar que lo destronaran. Sigüenza y Molina parecen estar adoptando esta actitud, sin darse cuenta de que las siguientes en caer podrían ser ellas en manos de Guadalajara capital. Las autoridades de Sigüenza celebraban hace unos meses que las familias de la comandancia de la Guardia Civil de Tráfico de Alcolea del Pinar serán trasladadas allí, a tenor de una decisión difícil de justificar técnicamente. ¿Éste es el desarrollo que quieren para la Ciudad del Doncel? Más les valdría traer el reciente caso de la Escuela-Hogar a su memoria, o mirar su ambulatorio inacabado. Y por el otro lado se halla una Molina que no consigue que la promesa de un parador se afiance en forma de cemento y ladrillos, porque se duda de que el proyecto sea rentable (en otro orden de cosas, ¿se puede decir que la naturaleza y la historia privilegiadas del Señorío de Molina no son fuente de riqueza? Más bien habría que afirmar que faltan políticos con la talla suficiente para lograrlo).

Tras 30 años de autonomía e ilusiones de progreso truncadas, parece que volvemos inexorablemente a ser esa especie de provincia pobre de Castilla la Vieja arrimada a una Mancha cuyo mayor bien, una demografía saludable, sus políticos no han sabido ¿o querido? compartir con nosotros.

¿Un agujero negro en medio de España? Si pudiésemos sentarnos una noche cualquiera en la cima del Ocejón, veríamos el resplandor inmenso de Madrid, el centelleo de Guadalajara capital y su cinturón…y, todo lo demás, penumbra.

¿Es ésta la Guadalajara que queremos, otra vez?