Somos pocos, quizá ninguno, los nativos, descendientes, o asimilados que se han podido resistir al “
sueño anguiteño”. Cuando uno tiene la ocasión, virtud de la más notable propiedad del fenómeno, nuestro tiempo en el lugar tiende a expandirse intentando encontrar el mayor número de días, horas y momentos que poder
co
mpartir con el lugar; cuna madre del
relax, la meditación y demás muestras de ocio y librepensamiento. Y es que en este lugar,
a priori, todo es pan, miel y dulces.
Nada más llegar, algunos tenemos a nuestros mayores, esperando en la puerta, ansiosos por nuestra llegada y predispuestos a mantenerte comido y en buena cama, sin otra recompensa que nuestro cariño e insuficiente agradecimiento. Para cualquiera esto parece idílico. La sensación de bienestar y sublime fortuna es tal, que uno llega a creerse que el Mundo bien pudiera limitarse a esto. Falacia fatal, manto por el que quedarse cualquiera ciego.
Mi tío muchas veces me ha invitado a pensar en ello.
Anguita y su “sueño” son dos conceptos claramente diferenciados. El primero, equivale a aquel trozo de corteza terrestre (de altitud media superior a los 1.000 metros), sito en la Celtiberia, dotado de tres templos, señoriales casas y una torre de la Cigüeña; lugar que fue objeto de pasadas glorias y, hoy en día, a la vez poseedor de un tan inestable como insuficiente presente, con igual futuro. La primera acepción difiere mucho de la segunda, pues el sueño no es sólo un paisaje veraniego (o primaveral, a veces boreal, como en Semana Santa), ni tampoco un bar o un chiringuito, el "sueño" es la sensación de estar participando de una comunidad de gente feliz y devota de una sola cosa: la diversión y el saber saborear esta celestial saga de acontecimientos… Como no podía ser de otra manera, ambas entidades, en no pocas ocasiones, chocan y entran en conflicto. Una cosa es la
Anguita de invierno, otra la de verano. El pueblo, al igual que el oso, permanece “oculto” en los meses más fríos, quieto y guardando su escasa actividad vital en el calor de la “guarida”, acaso mejor, estufa de leña, para luego cambiar con el calor: poblándose de gentes y actividad.
Choca que en la región menos densamente poblada de Europa, tras
Laponia, pueda existir un lugar donde el precio de la vivienda sea tan elevado y cada año, sin solución de "discontinuidad", se construyan más y más casas. Lo decadente de la estructura local contrasta con el pueblo y su

verano. De localidad nuclear, sitio clave en la comarca,
Anguita está pasando a ser uno de las nuevas, y quizá la más notable (en parte también lujosa), "
urbanización de la nueva Celtiberia".
Decía un prestigioso historiador de la región, sirviéndonos aquí como ejemplo, que
Medinaceli es un lugar sorprendente, puesto que más allá de ser un lugar muy bien conservado (o mejor dicho, reconstruido-restaurado), acontece una suerte de "parque temático". Todo, desde el arco romano hasta la colegiata, parece de chocolate. Tan dignamente lustroso que aqueja falta de naturalidad. Su invierno, con no más gente, especialmente entre semana, que los "encargados de mantenimiento" así nos lo confirma. A
Anguita le empieza a pasar, algo parecido. Es algo más que "
vox populi" que en
Anguita no existen casas derruidas, en mal estado, y acaso tampoco malas. Todo parece ser modélico, como si de una urbanización de alto prestigio se tratara. Sin embargo, la pobreza de un "pobre" Ayuntamiento nos hace caer en la verdad, dejando a un lado la ficción de la que tantos, en nuestro tiempo
vacacional, disfrutamos.
La despoblación es un mal que aqueja a toda la región,
Anguita no es una excepción. Cada año, por causas naturales y "ley de vida", uno de nuestros mayores fenece. Con cada uno de ellos, a la vez que un vecino, se pierde una esperanza, un recuerdo y potencia en la llama que alumbra, en lo personal, mi particular "sueño
anguiteño". Cada vez más manifiesto es poder llegar al bar, o ir de paseo, sin haber tenido, o mejor dicho, "haber podido", saludar a alguna persona, y en cada esquina o "corrillo", haber intercambiado cuatro impresiones sobre cualquier cosa. Para transitar por
Anguita ya no es indispensable el peaje del saludo.
La gente, como diríamos coloquialmente, "va cada día más a la suya". Las manifestaciones culturales del pueblo, pese a la continua crecida del número de veraneantes, cada día necesitan más medios humanos siendo, no sólo el altruismo, sino también la mera colaboración, especialmente escasa. La falta de "fraternidad" creciente se manifiesta en la falta de cantores para la procesión del Entierro, la falta de ideas p
or las que poder materializar los medios de la Asociación Cultural y sus subvenciones, la falta de concienciación, así como el vandalismo cada vez menos raro, de quienes, sin pagar impuestos locales de consideración, disfrutan, a la vez que destruyen muchas veces, los medios que sirven para cimentar el "edificio sobre el que descansa el sueño".
En mi opinión, cada vez más,
Anguita se adentra en una enfermedad: la falta de adecuación entre la "realidad" y el "sueño". No es coherente, ni
sostenible a largo plazo, ser urbanización de lujo y pueblo referente (cada una de estas estructuras requiere de diferentes "órganos" e instituciones que las gobiernen). El problema que aquí se manifiesta acabará
siéndolo de toda la región. Quizá sea el momento de buscar soluciones (mayor colaboración, generosidad con los negocios del lugar y compromiso común por la conservación de los elementos del pueblo, por ejemplo) por los que unificar los intereses que, a primera vista son diferentes, pero que en el fondo, nos afectan a todos: vecinos, amantes, nativos, y, en definitiva, todos aquellos que algo tenemos que ver con el campo semántico... "
Anguita".